Por Sandro Rojas Filártiga

Testimonio de ALEJANDRA MASSAFERRO, hermana de MASSAFERRO

Mi nombre es María Alejandra Luisa Massaferro, hermana menor de Ricardo Eduardo Massaferro. Ricardo nació el 24 de julio de 1954. Cumplió la mayoría de edad en el Regimiento de Infantería 29.

Nací en seno de lo que se llamaba familia tipo, madre, padre y dos hijos. Yo era la mimada de mi papá y Ricardo el de mi mamá.

Antes de hablar de Ricardo me gustaría contar un poco de mi familia, en especial de mi padre. Creo que de ese modo se podrá comprender mejor la vida y elección de mi hermano.

Mi papá nació el 7 de diciembre 1925 en el barrio de Villa Urquiza de la Ciudad de Buenos Aires. Su padre (mi abuelo), era lo que se denominaba “tenedor de libros”, lo que en la actualidad sería contador público. Mi abuela paterna, docente durante toda su vida, tenía un especial cariño y respeto por las Fuerzas Armadas, influenció de tal forma en la vida de sus hijos varones que los tres siguieron la carrera militar y la única hija mujer también se casó con un militar.

Del Colegio Militar de la Nación egresó en 1947 con la promoción 77. El sable de egreso se lo firma Juan Domingo Perón que transitaba por su primera presidencia.

Mi hermano Ricardo termina su escuela primaria e ingresa en el Liceo General San Martin. Entra con 12 años y lo sufre, era un niño que de pronto se fue de su casa para continuar su estudio, internado en un liceo, de lunes a viernes. Lo padece hasta el tercer año.

Recuerdo cuando cada domingo lo llevábamos al Liceo para internarse, se lo veía triste por el desapego a su familia. En cuarto año cambió su carácter y se fortaleció. Ya se sentía un orgulloso miembro del Ejército Argentino y muy convencido de la carrera que iba a seguir.

También adquiere un papel preponderante en nuestra familia, tantos años después me doy cuenta que se sentía como protector frente a nosotros, creo que nos veía vulnerables.

Con Ricardo fuimos muy compinches, muy unidos. Mi hermano llegaba y dejaba todo tirado en el dormitorio, yo era la hija mujer, la “señorita” de la casa así que yo le ordenaba la ropa, le hacia la cama. Cuando venía, los fines de semana, él se permitía poder ser desordenado.

También era su “proveedora oficial” de cigarrillos, nunca tenía y yo guardaba siempre. Yo era la ahorrativa y siempre lo bancaba cuando le faltaba. Una relación hermosa de hermanos. Era súper amiguero, le gustaba salir. Yo traía a mi casa amigas o compañeras de colegio y él intentaba flirtear con alguna de ellas. Era, en resumen, un “pirata”.

Luego de la asunción de Perón en 1973, la convulsión social fue en aumento. La violencia era moneda corriente. La barbarie, el extremismo afectaban mucho a mi padre. Básicamente era un hombre político y legalista que además tenía un hijo siguiendo la carrera militar. Los ataques se producían también a personas amigas o allegadas de nuestra familia. La novia de mi hermano, estaba estudiando en la casa de una compañera, hija de militar, y una bomba las hizo volar por los aires. Por suerte salieron vivas de ese atentado.

En 1975 Ricardo es destinado, como joven subteniente recién egresado al Regimiento de Infantería de Monte 29 de la Ciudad de Formosa. Eran tiempos muy difíciles, atentados y muerte atravesaban Argentina.

Semanas antes del 5 de octubre viene de franco a Buenos Aires. Nos visitó a nosotros y pasó tiempo con su novia. Al momento de regresar a Formosa lo acompañamos a tomar el avión a Aeroparque. Tengo un fuerte recuerdo de esos últimos minutos. No quedamos a unos dos metros, en silencio, mirándonos a los ojos, y recuerdo hasta hoy su mirada transparente, de paz como nunca lo había visto. No sé si con esa mirada se estaba despidiendo pero hoy siento que esa mirada me decía que siempre me iba a acompañar.

En septiembre del ´75 muere en los montes tucumanos un compañero y amigo de mi hermano, Rodolfo Hernán Berdina. Berdina era un joven subteniente como Ricardo.

La muerte de su amigo devastó a mi hermano.

Pocos días después de la muerte de Berdina, recibimos su última carta, en unos de sus párrafos decía. “…me anoté en una lista como voluntario para ir a Tucumán…deseo vengar a mis camaradas muertos en los montes, porque en la patria de San Martin no puede haber como bandera falsos trapos rojos…” y termina la carta con la frase “…subordinación y valor, para defender a la Patria…”

Esas fueron sus últimas palabras en una carta de mi hermano.

La tarde del domingo 5 de octubre fui al cine con unos compañeros del secundario a ver una película que se llamaba “El fantasma en el paraíso”, film musical del director Brian De Palma.

A la salida del cine me invadió una angustia muy grande y no entendía el motivo. Eran aproximadamente la cinco de la tarde.

Junto a mis compañeros bajamos a la estación de subte de Pueyrredón y Santa Fé.

Cuando vino la formación subimos todos y en ese momento, como un acto reflejo, bajo, diciéndole a mis compañeros “…vayan ustedes que yo prefiero ir caminando hasta mi casa…” vivía en Güemes y Sánchez de Bustamante en el barrio de Palermo.

Volví a subir las escaleras y salí nuevamente a la calle. Caminé por Avenida Santa Fé. La tristeza con la que camine esas cuadras fue enorme. Me invadía una serie de sensaciones inexplicables.

Cuando llego a mi casa le digo a mi papá que me sentía mal, me dice “…ay!!! Las dos están iguales…” con un sutil tono de fastidio. Mi mamá tenía exactamente la misma sensación que yo.

Siendo testigo del estado de ánimo que teníamos ambas, mi papá nos propone ir a cenar afuera, entonces nos dirigimos a un restaurante llamado “El Farol” que quedaba sobre la avenida Ángel Gallardo, cerca del Parque Centenario.

Ya de noche, de regreso a mi casa, y mientras mi padre se detiene en la puerta para que bajemos, observo en la vereda de enfrente a la persona que iba a ser suegro de mi hermano, el Ingeniero Cairolo, estaba acompañado por un militar conocido de la familia de apellido González.

Bajamos del auto, y Cairolo y González cruzan. Mi padre va a guardar el auto a un garaje que quedaba cerca. Yo me adelanto, ingreso en el edificio y tomo uno de los dos ascensores.

Cuando entro a mi departamento me encuentro con una compañera de secundario, María del Carmen Bordón, que en esos tiempos, debido a que vivía muy lejos, se estaba quedando en mi casa.

En un estado de angustia y excitación, con voz entrecortada, María del Carmen me dice “…Atacaron  el Regimiento de Formosa!!! Hay heridos y muertos…”

Le pregunto si sabe algo de Ricardo y me responde que no. Hoy pienso en lo que es la negación del ser humano porque en ese momento reflexioné en voz alta “…seguro que Ricardo está ayudando a los heridos, por eso no se comunicó…”.

En el otro ascensor subieron mi mamá con Cairolo y González. Allí ella toma conocimiento del ataque al Regimiento 29.

La detallan el intento de toma por parte de Montoneros y la destrucción que quedo en el cuartel.

Mi madre, serena, le pregunta a González “…hay muertos? es mi hijo, no?…”

El oficial la abraza fuerte y le anuncia “…si, uno de ellos es Ricardito…”

El dolor que la atraviesa es tan grande que no atina a llorar, se queda como anestesiada, paralizada, como si el tiempo se hubiese detenido.

Mi madre me mira y con un dolor que nunca más volví a ver me dice “…es Ricardo…”. Y en ese instante mi mundo se derrumbó.

Mi padre estaba operado del corazón así que llamamos a una ambulancia del Hospital Militar Central ante cualquier cosa que le pase al momento de comunicarle la noticia.

Me fui a mi habitación, a los pocos minutos llega mi papá, recuerdo su llanto desgarrador, nunca lo había escuchado llorar. El médico y las personas que estaban en mi casa intentaban serenarlo. Le aplicaron un calmante.

Fuimos todos a la casa de Viviana, su novia, que aún no sabía de la muerte de Ricardo. Su padre, que fue uno de los que nos trajo la noticia, no se animó a decírselo, quería que estemos todos juntos.

Cuando llegamos, ella estaba en los preparativos para viajar a Formosa a ver a su novio. Sabía del ataque, entonces quería asegurarse que estaba sano y salvo.

Al escuchar de la muerte de su ser amado, sufrió un ataque de nervios, se descontroló. La imagen de ese momento que conservo en mi memoria es irreal, como que todo sucedía en cámara lenta.

En minutos la casa de la familia Cairolo se llenó de gente, el ámbito militar ya había tomado conocimiento, era un desfile incesante de personas, amigos y conocidos, también me abrazaba gente que jamás había visto pero con un dolor genuino.

El asombro, el estupor, la tristeza flotaba en un ambiente cargado de emociones.

También recuerdo la sorpresa por donde sucedió el ataque, Formosa, un lugar de paz adonde nadie imaginaba que podía suceder tanta barbarie.

Puedo entender la lucha por cambiar un sistema político, pero llegar a esa sinrazón? A ese brutal extremismo?

Yo fui quien recibió el ataúd con el cuerpo de mi hermano, llegó a Aeroparque y también allí recuerdo una gran cantidad de personas. Me acompañaron tíos y primos. Nos mirábamos en silencio sin entender.

El velatorio se realizó en el Regimiento 1 Patricios. El desfile siguió siendo incesante. Compañeros de Ricardo y cadetes de años inferiores recibieron con honores el cuerpo de mi hermano. Lloraban abiertamente, sin ocultarse.

Me acompañaron amigos de mi secundario y profesores. También había miembros de las Fuerzas Armadas, funcionarios de gobierno y de muchas reparticiones. Delegados de todos los partidos políticos. Todos se pronunciaron condenando el ataque, que en definitiva fue un ataque al corazón de la democracia, a las instituciones vigentes en ese momento. El repudio fue general, sin excepción.

Fue tal el impacto que provoco el hecho que recuerdo hasta un comunicado del Partido Comunista condenando el ataque y la muerte de soldados.

Los años posteriores a la muerte de mi hermano, mis padres se unieron más que nunca, se cobijaron uno con el otro. Sobrellevaron su inmenso dolor con estoicismo. Y yo me uní a ellos, a partir de ese momento, los tres nos abroquelamos, éramos uno.

A mi padre se lo veía entero por fuera pero su interior se fue minando de a poco. Tuvo decena de enfermedades y su médico llego a la conclusión que todas eran producto de su estado de ánimo, enfermedades psicológicas. Fallece a los 69 años, diez antes que mi madre.

A pesar de las pérdidas, mi madre siempre siguió adelante, con vigor, sin dejarse caer, y hasta con alegría diría, con bajones por supuesto, pero también con optimismo.

El destino hizo que mi madre abandone este mundo el 5 de octubre de 2005, justo 30 años después de la perdida más grande de su vida.

Ese día recibo el llamado del Jefe del Regimiento 29 por el aniversario de la muerte de Ricardo, entonces le anuncio que acababa de fallecer mi mamá. Conmovido me dice “…nosotros acabamos de encender las antorchas que iluminan los doce robles en memoria de los soldados que entregaron su vida por la Patria…”

Siento que, sin expresarlo, mi mamá dijo, “…luego de la muerte de Ricardito te acompañé por 30 años hija, es hora de encontrarme con él…”

Cada vez que regreso a Formosa siento que llego a mi segundo hogar. No es una provincia cualquiera, es el lugar sagrado en el que mi hermano regó con su sangre.

Su sangre hecho raíces, y esas raíces fueron creciendo en mí.

En esa tierra me siento contenida y comprendida, somos familia con todos los que combatieron aquel día y con los familiares de los que murieron esa tarde.

Formosa era un lugar de paz, una ciudad que creció en torno al cuartel. La vida de los formoseños está profundamente ligada al Regimiento 29, se entrelazan, se retroalimentan.

Con la muerte no se terminan las cosas, se trasciende. Sé que en algún momento me encontraré con mi amado hermano y así podremos ver, desde donde sea, ver a mi Patria, libre, soberana y feliz.

*Fragmentos del Capítulo perteneciente al libro MEMORIAS DE UN COMBATE de Sandro Rojas Filártiga.

Si deseas comunicarte con el autor podés enviar un correo electrónico a:

memoriasdeuncombate@gmail.com

Asimismo el libro es complemento del documental LOS VALIENTES DE FORMOSA

El Infante

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