Por el Teniente Coronel de Infantería CARLOS MARÍA FRAQUELLI
RESUMEN
Los puertos intermedios, ubicados sobre las costas peruanas del Océano Pacífico y al sur del Callao, fueron objeto de varias campañas militares para lograr su control durante las guerras por la emancipación americana. Dentro de los planes del general José de San Martín, eran considerados de importancia estratégica ya que su posesión otorgaba significativas ventajas. Le correspondería al fogueado Batallón 11 de los Andes, participar en la campaña comandada por el general Rudecindo Alvarado, que intentó el control patriota de los mencionados puertos a finales de 1822.
El plan de campaña diseñado por el general San Martín para concluir con las fuerzas realistas en el Perú, en base a que las líneas españolas se encontraban sobrextendidas desde Pasco hasta Potosí, y siendo los patriotas dueños de los puntos de ataque por tierra y por mar, buscaba incidir en el punto más débil del dispositivo enemigo. Se proponía batir en forma separada las divisiones realistas, evitando que éstas pudieran concentrase y operar reunidas, según el principio de masa y con un poder de combate relativo más favorable.
La ejecución de este plan contemplaba el accionar de una división por el sur y otra por el el centro, las cuales debían incidir en forma simultánea y así impedir la mencionada concentración de las fuerzas realistas.
Es así como la división del sur debía desembarcar en los puertos intermedios y penetrar al interior del territorio como una cuña, teniendo como objetivo inmediato las ciudades de Arequipa y de Cuzco, y como objetivo ulterior el Alto Perú. Esta división, debía contar con el apoyo de fuerzas irregulares patriotas y con la realización de un ataque de diversión proveniente del territorio argentino desde la frontera con Salta.
Al mismo tiempo, la división del centro debía operar sobre el valle de Jauja, neutralizando a las fuerzas realistas que allí encontrara, y en el caso de que el enemigo se replegara, ocupar la sierra y promover la insurrección a favor de la independencia en todo el territorio andino.
Puertos intermedios, era como se denominaba a aquellas ciudades peruanas situadas sobre el Pacífico y ubicadas al sur del Callao. Su ventaja estratégica, no sólo radicaba en su condición de puertos, sino también en que a través de los valles transversales de los ríos que desembocaban en el Océano Pacífico y estaban próximos a ellas, se podía acceder al corazón de las sierras peruanas (Cuzco, Arequipa, Puno) e incluso al Alto Perú (Potosí, Oruro, La Paz), estableciendo comunicaciones con las ciudades del norte del antiguo Virreinato del Río de la Plata (Salta y Jujuy).
Entre 1821 y 1823 hubo tres expediciones a los puertos intermedios. La primera fue llevada a cabo por el almirante Lord Thomas Cochrane y por el entonces teniente coronel Guillermo Miller, entre marzo y julio de 1821; luego, entre octubre de 1822 y enero de 1823, tuvo lugar la expedición al mando del general Rudecindo Alvarado; finalmente, a partir de mayo y hasta octubre de 1823, operaron en la zona las fuerzas peruanas del general Andrés de Santa Cruz. El Batallón 11 de los Andes, formaría parte de las fuerzas expedicionarias del general Alvarado.
2. La Expedición Preliminar de Cochrane y Miller
El general San Martín con su Ejército Libertador reunido al norte de Lima, autorizó la realización de acciones contra los puertos intermedios. “La expedición que el 13 de marzo de 1821 dio la vela en Huacho y desembarcó en Pisco tenía por objeto interrumpir la comunicación entre Lima y las provincias del Sur”[1].
Para dicha expedición, se constituyó una división a cargo del teniente coronel Miller, formada por 600 hombres de infantería de los Batallones 4, 5 y 8, más 80 del Regimiento de Granaderos a Caballo. Las fuerzas navales fueron puestas al mando del almirante Lord Cochrane, quien, dominando las aguas del Pacífico, hostilizó a los destacamentos realistas costeros y ocultó, mediante la distracción y el engaño, la nueva campaña a la sierra que el Libertador iba a encomendar al general Álvarez de Arenales.
El 22 de marzo, el teniente coronel Miller desembarcó en Pisco. Dos días más tarde ocupó Caucato y adelantó un destacamento a Chincha. El 11 de mayo, las tropas de Miller, que habían vuelto a realizar un movimiento por mar, desembarcaron en el morro de Sama y se dividieron en dos columnas que marcharon hacia Tacna y al puerto de Arica.
Durante toda esta campaña, Miller dio “…a cada instante pruebas de su singular arrojo y bravura, tomando parte en numerosos hechos de armas contra los españoles, entre los cuales conviene mencionar el combate de Mirave, el 22 de mayo de 1821, acción en la cual el teniente coronel Miller mandó en jefe a los patriotas que en ella intervinieron“[2].
El Combate de Mirave y la Conclusión de la Expedición
Al tener noticias de que fuerzas realistas al mando del coronel José Santos de La Hera se encontraban en Mirave, y con la finalidad de evitar que recibieran refuerzos, Miller avanzó lo más rápido que pudo para hacerles frente. Para está acción, conformó una división con 310 infantes del Batallón 4 de Chile, 70 granaderos a caballo, 60 jinetes peruanos y 62 marinos, que además disponían de 4 coheteras congreve. Luego de cruzar el río Locumba con la infantería en las grupas de la caballería, Miller ocupó posiciones favorables y pasó la noche sin ser hostigado por los realistas. El 22 de mayo, antes de la salida del sol, los patriotas lanzaron el ataque sobre el ala izquierda de las fuerzas de La Hera, desalojando a sus tropas de las posiciones. “Los realistas combatieron por espacio de quince minutos con un valor desesperado, pero sin fruto. Noventa y seis murieron en el sitio que ocupaban y ciento cincuenta y seis, la mayor parte de ellos heridos, fueron hechos prisioneros. También tomaron cuatrocientas mulas”[3]. Después de derrotar estas fuerzas realistas, Miller batió e hizo replegar a unos 250 hombres que provenían de Puno al mando del comandante Rivero y que tenían la misión de reunirse con La Hera, reforzando así sus tropas.
Miller, que había emprendido la persecución de las fuerzas remanentes de La Hera, libró el 24 de mayo, el combate de Moquegua, y dos días más tarde, el 26 de mayo, volvió a batir a las fuerzas del comandante Rivero en el combate de Calera.
Para el 12 de junio y luego de tener noticias de que San Martín conferenciaba con los realistas en Punchauca, se suspendieron las hostilidades. Miller se dirigió a Arica, logró conseguir transporte naval para sus fuerzas y se embarcó rumbo a la bahía de Paracas y posteriormente al Callao para reunirse con el grueso del Ejército Libertador, que al mando del general San Martín se aprestaba para ocupar Lima.
A fines de junio de 1822, el grueso de las fuerzas realistas al mando del general José de Canterac abandonó la antigua capital virreinal, conservando en su poder solamente la Fortaleza del Real Felipe, ubicada en el Callao. Luego de haber entrado en Lima, el general San Martín proclamó solemnemente la independencia del Perú el 28 de julio de 1821, con una celebración realizada en la Plaza Mayor limeña que contó con la masiva concurrencia del pueblo peruano.
Los participantes del combate de Mirave fueron distinguidos por el Libertador con un escudo que podían portar en la manga de su uniforme y en el que estaba bordada con hilos de oro la inscripción “A los bravos de Mirave”. Respecto al teniente coronel Miller, “…en premio a su honroso comportamiento en la campaña del Perú, en agosto del mismo año (1821) fue elevado a la clase de coronel y pasado con este grado al primer cuerpo del ejército del Perú”[4].
Esta expedición de Miller a los puertos intermedios, que se llevó a cabo en forma simultánea con una incursión al mando del general Álvarez de Arenales sobre la sierra peruana (entre abril y julio de 1821), logró cumplir la finalidad inicial que el general San Martín se había propuesto e incluso pudo haber servido como maniobra de diversión para inducir a los realistas a alejarse de Lima, ante una aparente superioridad numérica de las fuerzas patriotas. “En el curso de estas operaciones, el espíritu patriótico se había despertado y se difundía con entusiasmo y rapidez. Aun los habitantes que eran españoles o adictos a la causa de España se comportaron del modo más cordial. Tal fue la ordenada conducta de los soldados patriotas que se atrajeron la estimación general, y tal su intrepidez y buena fortuna en los combates que los realistas con dobles fuerzas no osaban tomar la ofensiva”[5].
3. La Expedición del General Alvarado a Puertos Intermedios
La situación política en el Perú
San Martín asumió el mando político y militar con el título de Protector del Perú hasta que luego de entrevistarse en Guayaquil con Simón Bolívar (en julio de 1822), y al no poder llegar a un acuerdo con el Libertador del Norte sobre la finalización de la guerra en el Perú, decidió que debía dar un paso al costado.
Antes de partir de Lima, el Protector dejó a cargo del poder ejecutivo peruano a la Suprema Junta Gubernativa del Perú integrada por tres miembros del congreso: el general José de La Mar, el jurista Felipe Antonio Alvarado (hermano del general) y el político peruano Manuel Salazar y Baquijano. Esta junta, tendría como tarea central continuar y finalizar la guerra contra los realistas.
El inicio de la Campaña a Puertos Intermedios del general Alvarado
La Suprema Junta de Gobierno autorizó el inicio de nuevas operaciones sobre los puertos intermedios, sobre la base del plan de campaña pergeñado por el general San Martín, que contemplaba las acciones ofensivas simultáneas y coordinadas sobre los puertos intermedios, desde la sierra peruana (centro del Perú) y sobre el Alto Perú con fuerzas argentinas provenientes del sur.
Las fuerzas puestas a disposición del general Alvarado estuvieron constituidas por los Batallones 2, 4 y 5 de Chile, el Primer Batallón de la Legión Peruana (de 700 plazas) a órdenes del coronel Miller, el Regimiento del Río de la Plata (formado por los Batallones 1, 7 y 8 de los Andes, con 928 plazas) a cargo del coronel Cirilo Correa, el Batallón 11 de los Andes (con 382 efectivos) mandando por el coronel Román Deheza y el Regimiento de Granaderos a Caballo (integrado por 467 hombres). Alvarado tenía como jefe de su Estado Mayor al general Manuel Antonio Pinto y pondría a cargo de parte de las fuerzas argentinas al general veterano del 11 de los Andes, Enrique Martínez, quien se desempeñaría como segundo comandante de este ejército expedicionario.
Todas las unidades argentinas participantes eran cuerpos curtidos en combate, vencedores en Chacabuco y en Maipú, y si bien las cifras de las fuerzas totales difieren según los datos aportados por diferentes historiadores, el general Alvarado contó para esta campaña con aproximadamente 4.000 efectivos, de los cuales alrededor de 1.900 eran argentinos.
Sin el apoyo solicitado a la división colombiana de las fuerzas de Bolívar a cargo del coronel Juan Paz del Castillo, sin recibir los refuerzos pedidos tiempo atrás por San Martín a Chile y sin la presencia de la división argentina que debía realizar la maniobra de diversión en el límite sur del Alto Perú, Alvarado hizo zarpar su expedición desde el Callao en distintos escalones durante la primera quincena de octubre de 1822.
Luego de dirigirse a Iquique, puerto ubicado al sur de Arica con el primer escalón de su convoy, el general Alvarado logró reunir todas sus fuerzas en el puerto de Arica el día 3 de diciembre.
Con fuerzas muy superiores a los efectivos que los realistas hubieran podido reunir con rapidez para enfrentarlo, Alvarado permaneció durante tres semanas en Arica en una inexplicable inactividad. Al solicitar asesoramiento del experimentado coronel Miller, éste aconsejó a Alvarado tomar la ofensiva cuanto antes, pero excusado por la falta de caballada para dar movilidad a las tropas, las fuerzas patriotas continuaron en la inacción, permitiendo a los contingentes realistas desplazarse a marchas forzadas con libertad de acción y concentrase. El activo general realista Gerónimo Valdés “…poniendo alas en los pies de sus ágiles solados serranos, fue el primero que se presentó a cubrir el punto amenazado”, encontrándose en zona apenas “las primeras velas de la expedición se avistaron en Arica”[6].
Finalmente, el general Alvarado decidió pasar a la acción y el día 24 de diciembre ocupó Tacna con el Regimiento del Río de la Plata y los Granaderos a Caballo, siendo reforzado en esa posición, el 1 de enero de 1823, con el Batallón 5 de Chile y el 11 de los Andes, fuerzas que se encontraban a cargo del general Enrique Martínez.
Con la intención de sorprender a las fuerzas patriotas en Tacna y sin saber que éstas habían sido reforzadas, el 31 de diciembre los realistas al mando del general Valdés realizaron un movimiento nocturno desde Sama por un difícil desierto de arena, con 400 infantes montados en mulas, 400 hombres de caballería y dos piezas de artillería. Pero estas fuerzas exhaustas por la fatigosa travesía se extraviaron y no llegaron a destino, debiendo permanecer en Calana, lugar provisto de agua y forraje en donde comenzaron a recuperar el estado de sus tropas y del ganado.
Valdés en peligrosa desventaja ocupó hábilmente posiciones defensivas, buscando ganar tiempo y salvarse de una situación muy comprometida. El general Martínez con una vanguardia de más de 2.000 hombres, no se decidió a atacar a los 800 realistas de Valdés, y perdió tiempo intentando flanquearlos, pudiendo éstos reconcentrase y moverse hacia retaguardia. Fue así que, al día siguiente, las fuerzas de Valdés emprendieron una retirada a pie por la sierra y regresaron a Moquegua.
El 13 de enero Alvarado ocupó el valle de Locumba, decidido a seguir avanzando sobre Moquegua. Las fuerzas patriotas estaban obrando según las intenciones de Valdés, quien quería atraerlos por un camino por ellos reconocido, fácil para oponer una resistencia por el frente y desde donde llegarían los tan ansiados refuerzos que había enviado el general José de Canterac. Luego de desaprovechar otra oportunidad de atacar a las fuerzas realistas destacadas como avanzadas, las tropas de Alvarado ocuparon sin resistencia la ciudad de Moquegua y desalojaron a las guerrillas realistas que ocupaban las aturas aledañas, pero estos ejecutaron una retirada bien conducida hacia Torata. El día 17 de enero el general Valdés le había escrito al general Canterac: “Hasta ahora todo ha salido a medida de mis deseos. El enemigo sin advertirlo macha a su total destrucción.”[7]
Batalla de Torata (19 de enero de 1823)
El día 19 de enero en horas de la tarde, los patriotas se hallaron frente al dispositivo realista y ejecutaron, sobre la marcha, un ataque con fuego de fusilería dirigido a la falda de los altos de Valdivia. Inicialmente, permanecieron “en reserva el número 11 de los Andes y los Granaderos”[8]. Los realistas desplegaron sus fuerzas y al mismo tiempo recibieron, provenientes de las alturas, parte de los refuerzos enviados por el general Canterac. Los infantes del 4 de Chile y del 11 de los Andes, que bajaron atacando la parte derecha del dispositivo, fueron rechazados por tres compañías realistas del Batallón Gerona que cargaron a la bayoneta. A partir de ese momento, las acciones comenzaron a decidirse a favor de las armas realistas: la infantería patriota recibió una violenta carga y habiendo agotado su munición, debió retirarse con muchas bajas.
Los batallones patriotas derrotados, se retiraron sobre su reserva y con el apoyo de la artillería, lograron ocupar una posición en una altura frente al pueblo de Torata. No se produjo la persecución por parte de las tropas realistas y esa misma noche, al amparo de la oscuridad, el general Alvarado ordenó a sus fuerzas retirarse hacia el pueblo de Moquegua. Los patriotas perdieron alrededor de 500 hombres y los realistas unos 250 entre muertos y heridos.
Como conclusión de este combate se puede destacar que “la jornada de Torata fue una semi-derrota para los republicanos, porque sin huir en desorden, el ejército patriota se retiró quebrantado y perdió su moral”, se considera que “no fue una derrota completa porque se mantuvo organizado hasta Moquegua…”[9].
Batalla de Moquegua (21 de enero de 1823)
El día 20 de enero, las tropas de Alvarado se encontraban otra vez en Moquegua contando con una provisión de sólo ocho tiros por hombre. Se reunió una junta de guerra y entre el modo de acción de replegarse a Arica o a Ilo y el de resistir ocupando una posición ventajosa, se optó por el segundo, sin haberse analizado en detalle las condiciones muy desventajosas en que estaban los patriotas.
Alvarado eligió una posición favorable para librar un combate defensivo, pero si bien sus tropas eran resueltas, estaban en inferioridad de condiciones y contaban con muy poca munición. Dentro de la organización de la defensa, el regimiento 11 “tenía por misión servir de sostén a la artillería, sobre la izquierda del dispositivo de la línea de batalla”[10].
Aquel 21 de enero las tropas realistas realizaron un ataque simultaneo en dos puntos: dos batallones y dos escuadrones a órdenes del general Valdés, atacaron sobre la derecha del dispositivo patriota; mientras que el resto de la infantería, apoyada por la artillería, incidían decididamente sobre el frente patriota.
Ante esa situación, el ejército patriota, flanqueado y atacado frontalmente, formó en martillo sobre su derecha, y luego de una corta pero encarnizada resistencia a sable y a bayoneta, se dispersó completamente. Los artilleros murieron casi todos en sus piezas y el Batallón 11 quedó reducido a casi nada luego de los embates realistas. “En este combate nuestros soldados hicieron prodigios de valor: el batallón 11, colocado en una posición ventajosa ocasionó al enemigo un estrago formidable; pero al fin, sin municiones y barridos por los fuegos de una artillería que dominaba el campo, los patriotas tuvieron que ceder…”[11].
En el lugar del combate, los patriotas dejaron alrededor de 1.000 prisioneros y 700 muertos y heridos. Las pérdidas realistas se estimaron en 150 muertos y casi el doble de heridos.
Las pocas tropas patriotas que pudieron retirarse lo hicieron “gracias a las repetidas cargas del glorioso coronel D. Juan Lavalle, con sus famosos Granaderos a Caballo”[12], quienes a un costo muy elevado pudieron poner un freno a la persecución enemiga.
“Las reliquias de los derrotados en Torata y Moquegua se embarcaron en Ilo. De los 4.000 hombres que componían el ejército expedicionario de puertos intermedios, poco más de mil hombres regresaron a Lima bajo las órdenes del General D. Enrique Martínez”[13], quien a lo largo de su activa y destacada participación en las campañas libertadoras, había ocupado los cargos de segundo jefe y jefe, respectivamente, del Batallón N°11 de los Andes.
4. Consecuencias de la Campaña del General Alvarado a Los Puertos Intermedios
Al recibir la noticia de la derrota de Moquegua el 3 de febrero, la opinión pública responsabilizó al gobierno por el fracaso de la Campaña a los Puertos Intermedios. La situación política se tornó compleja, ya que el pueblo peruano sentía una gran irritación por la derrota y seguía considerando su independencia como algo definitivo.
El partido político liderado por José de la Riva-Agüero, apoyado por fuerzas militares patriotas, logró que su jefe fuera colocado a la cabeza del gobierno del Perú, el 27 de febrero de 1823.
Por su parte, el general Alvarado, quien “con los héroes de San Lorenzo, Chacabuco y Maypú… había sido batido por Canterac y Valdez…”[14], decidió no aceptar mando alguno de tropas y se alejó definitivamente del Perú.
Las fuerzas militares fueron reorganizadas y el general Enrique Martínez fue puesto al mando de la División de los Andes, una gran unidad que reunía los restos de los batallones y regimientos rioplatenses y chilenos que habían llegado inicialmente al Perú, desembarcando en Paracas allá por setiembre de 1820, al mando del general José de San Martin.
Algunos historiadores consideran que esta campaña, sellada con las derrotas de Torata y Moquegua, es considerada el final del “Ejercito Libertador del Perú” y de sus unidades originarias, como lo fue el Batallón N°11 de los Andes. Pero para decretar este fin, todavía falta el acontecimiento de otro hecho desgraciado: la sublevación de la guarnición patriota del Callao, en la noche del 4 al 5 de febrero de 1824.
Para el Regimiento 11, la Campaña a los Puertos Intermedios, y más precisamente los combates de Torata y Moquegua, no son solamente dos simples hechos de armas desafortunados, sino que son acciones que testimonian la activa participación en las luchas emancipadoras y el sacrificio desinteresado realizado por los “Leones del General Las Heras” en aras de la independencia del Perú, en donde derramaron su sangre generosamente y con coraje.
DATOS DEL AUTOR
El teniente coronel Carlos María Fraquelli es oficial de estado mayor del Ejército Argentino y del Ejército del Perú. Posee los grados de licenciado en Administración de Empresas, licenciado en Estrategia y Organización, posgrado de profesor universitario en Ciencias de la Administración y magister en Ciencias Militares obtenido en la Escuela Superior de Guerra del Ejército del Perú. Tiene las aptitudes especiales de tropas de montaña (cóndor dorado) y cazador de montaña, y las capacitaciones especiales de instructor de andinismo, instructor de esquí, e instructor de cazadores de montaña. Participó como integrante del Estado Mayor de la Misión de Naciones Unidas UNFICYP (Chipre) y fue nombrado como segundo jefe del Regimiento de Infantería de Montaña 11 «General Las Heras» y del Batallón Conjunto Argentino «Haití» 19, que fue desplegado en MINUSTAH. Se desempeñó como jefe del Batallón de Infantería del Colegio Militar de la Nación, como instructor invitado en el Centro Conjunto de Operaciones de Paz del Brasil (CCOPAB) y como jefe del Regimiento de Infantería de Montaña 10 «Teniente General RACEDO». Actualmente presta servicios en la Escuela Superior de Guerra «Teniente General LUIS MARÍA CAMPOS».
REFERENCIAS
BIBLIOGRAFÍA
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