Por el Ex ST «VGM» José Alberto Vázquez
El 15 de mayo, en la zona de Pradera del Ganso, embarqué con mi sección en un helicóptero Chinook de la FAA, con 1 cañón s/r de 105 mm. y 2 morteros de 81 mm. Destino: Algún lugar en el norte de la isla. Dos horas antes lo habían hecho el Tte. 1° Estebany el Subt. Reyes con su sección de tiradores. Aproximadamente a las 15:30 arribamos al norte de la altura 234.
El desembarco fue muy rápido ya que había PAC (patrullas aéreas de combate) en al zona. “Dígame donde está mi jefe”, pregunté al vicecomodoro a cargo del helicóptero. Me contestó que no había podido recoger al Tte. 1° Esteban por las famosas PAC y que éste se encontraba al otro lado de la altura.
El Chinook levantó vuelo pesadamente y desapareció detrás de la altura. Quedamos en el silencio más absoluto sintiendo sólo el viento frío que nos pegaba en la cara. Estaba solo con mis soldados en el extremo noroeste de la isla Soledad, el cielo estaba cubierto por una gran masa de nubes grises, pero se podía divisar con claridad, del otro lado del estrecho, la isla Gran Malvina. A mis espaldas tenía la famosa altura 234, (donde Reyes con 20 soldados libraría un corto y violento combate contra los comandos ingleses) y al frente el impresionante Océano Atlántico; y más allá Buenos Aires, con mi esposa y mi hijo.
Abandoné mis recuerdos rápidamente y organicé la defensa de la posición. Desconocía por completo la ubicación del resto del equipo de combate y debía tomar contacto cuanto antes ya que tenía menos de 2 horas de luz. Esta actividad me demandó 45 minutos. Dejé la sección con su encargado, para partir con el soldado Alberto Espinosa y el cabo Mansilla a buscar al resto de la fracción. Lo correcto hubiera sido que mandase a una patrulla, pero en situaciones de combate real y en el nivel de conducción más bajo (sección) todas las actividades o eran encabezadas por el jefe de la fracción o no se hacían.
Esto sería una característica de aquí en más. Hay circunstancias en las cuales la mínima fracción del nivel táctico debe dividirse. Por eso, en la guerra, la figura del sargento (encargado de sección) adquiere una importancia fundamental para la conducción de la sección en caso de ser necesario. Con el armamento personal y la bolsa de rancho, iniciamos la marcha hacia el sur, dando un rodeo a la altura por el este. Después de 15 minutos de marcha, nos encontramos con una gran extensión de agua que penetraba como una cuña hacia el este de la isla. De la fracción no había rastro, sólo una pequeña luz se alcanzaba a distinguir al otro lado del estrecho (3 km.) hacia el sur y hacia el este, sobre la costa, un diminuto destello que a veces desaparecía. No quedaba otra alternativa que ir hacia ella.
El terreno cerca de la costa presentaba muchos accidentes, pero no debía abandonar la única referencia que tenía porque carecía de brújula y carta de la zona, ya se cerraba la noche y no tenía la menor idea de dónde me encontraba. Después de 4 horas de marcha con una noche bien cerrada nos encontramos con un pequeño poblado, la primera casa estaba a 100 metros de nuestra posición. Sabía que estaban operando en la isla las fuerzas especiales del enemigo (SAS y SBS), y debía tomar los recaudos del caso, por esa razón dejé a mis dos hombres en esa posición cubriéndome y realicé un reconocimiento. Por una de las ventanas pude observar a un hombre y una mujer cenando. Después de la seña convenida tomamos la casa, con el susto de sus integrantes. Con mi escaso inglés pude averiguar que ese lugar era la estancia San Carlos y que soldados argentinos la ocupaban desde el mediodía.
Dejé al suboficial en la casa y me hice acompañar por el hombre hasta el acantonamiento de los supuestos argentinos con mi pistola a 10 cm. de su nuca. Al escuchar “alto quien vive” me tranquilicé y el kelper volvió a respirar. Pedí las disculpas del caso y me reuní con mi jefe. Allí pasamos la noche. Esteban me puso al tanto de la misión: En caso de desembarco, dar la alerta temprana y defender la posición. Había establecido como base la estancia San Carlos y el puesto de observación en la altura 234. El equipo de combate se dividiría en tres grupos de 20 hombres y con el Chelco Reyes rotaríamos, el relevo se haría cada 2 días. El primer turno estaría a mi cargo. Como tenía por rol de combate una pistola ametralladora (PA3), Esteban me había dado antes de salir de Pradera del Ganso un fusil Einfield cal. 303, con un valijín lleno de munición; así, con el soldado Espinosa que no tenía FAL por ser radio-operador, formamos un dúo inseparable durante el resto de la guerra ya que él sería el encargado de abastecerme de munición y yo su escudo de fuego con ese hermoso fusil de la 2° guerra. Antes de que amaneciera, tomamos un mate caliente e iniciamos la marcha hacia el puesto de la altura 234 con el Tte. 1°Esteban y 20 hombres. Llegamos luego de 2 horas y media de marcha, y una vez organizada la defensa, Esteban y un grupo de hombres regresaron a la base.
Era 16 de mayo y mi primer aniversario de casamiento. Allí nomás salieron dos hombres y regresaron con un cordero que estaqueamos y asamos con postes que rompimos de un alambrado. Me había traído varios packs de gaseosa en lata escondidos en unas cajas de proyectiles vacías; los tomé prestados, la noche anterior a la partida, del depósito que tenían en la casa de piedra (puesto comando de la Fuerza de Tarea “Mercedes”) en Pradera del Ganso. A 8 kilómetros se encontraba la base del Equipo de combate “Güemes”, en puerto San Carlos. El trayecto era muy accidentado, piedra, turba y arroyos que no se distinguían. Lo cual hacía que los desplazamientos fueran muy dificultosos.
El día 17 me desperté muy temprano, con las primeras luces, puse agua en el casco, me lavé la cara, los dientes y me peiné. Calenté un poco de agua en el jarro y preparé unos verdes. El mate lo habíamos improvisado con una lata de gaseosa cortada por la mitad y la bombilla era una birome BIC vacía con la tapita blanca y algunos agujeros hechos con un clavo caliente. Alrededor de las 10:30 llegó Reyes con el relevo. Tenía un esguince en el tobillo. Estaban bastantes cansados y les convide cordero frío y Coca Cola.
El Chelco se reía y me decía : “el único que puede recibirme con este manjar en el confín de la tierra sos vos, Rata.” Y me daba un abrazo. Rata era el apelativo que me habían puesto en el CMN, porque siempre me las rebuscaba para obtener vituallas, acovacharme y dormir cuando se podía. Antes de partir, convinimos en realizar el relevo cada 5 días debido al gran desgaste que producía la marcha en esa topografía, le entregué mi casco a Reyes porque él no tenía, y regresé con mis hombres a la base, con un problema menos en la cabeza (en Pradera del Ganso había tenido una discusión bastante fuerte con un oficial más antiguo que me quería hacer poner el casco para dar el ejemplo a la tropa y se enojó bastante cuando le dije que el ejemplo debía darlo él, durmiendo y racionando con su tropa y no bajo techo en una casa como lo venía haciendo). En San Carlos la pasábamos bien en comparación con la punta del estrecho. Los pobladores continuaron con su vida normal y debíamos comprarles azúcar, harina y otras cosas a precios de mercado, de mercado de ellos, lo que dependía de cómo se levantaran. Por nuestro equipo de comunicaciones (Yaetsu FT 101, un equipo de radio aficionado requisado a los kelpers en Darwin), pude comunicarme con mi esposa.
El 19 a la mañana, barriendo frecuencias, encontré a la base antártica del ejército Belgrano 2 en comunicación con el Comando Antártico. Desde enero estaba de campaña en esa base como ingeniero Gustavo Fossati, un primo de mi esposa. En escasos minutos establecieron una conexión radiotelefónica con la casa de mis suegros y pude tener noticias de los míos. En varias oportunidades, durante la noche, fuimos sobrevolados por helicópteros del enemigo en misión de reconocimiento y cada vez con mayor frecuencia. Ésa y otras razones como las características geográficas del lugar eran indicios de que el enemigo realizaría alguna acción sobre nuestras posiciones y lo haría pronto.
El día 20 por la noche cuando estaba organizando mi patrulla para el próximo relevo del día 21, el enemigo inicia sobre distintos lugares de la isla un intenso fuego de preparación o de ablandamiento. Por la radio escuchamos a varios puestos dando la confirmación de estos ataques. Esteban me llama y me comunica que había modificado los planes. Era ya evidente un desembarco. Debía enviar a la altura 234 un suboficial y un soldado, con el equipo de comunicaciones correspondiente (Thompson), para dar la alerta temprana en caso de desembarco inglés. Reyes debía replegarse a nuestra base con el personal y los morteros, para conformar una defensa con todo el equipo de combate sobre las alturas a nuestras espaldas. Lamentablemente carecíamos de elementos de zapa pero la posición era muy ventajosa. Aproximadamente a la 01:30 escuchamos a lo lejos un gran estampido y, 20 minutos más tarde, un intento de transmisión de Reyes. Y luego un silencio absoluto. Antes de que amaneciera, desperté al personal que relevaría a Reyes. Al amanecer iniciarían la marcha. Con las primeras luces estaba revisando la radio y el armamento que llevarían, cuando un soldado apostado a 150 metros en la pendiente ascendente de una elevación, comenzó a llamarnos a los gritos. El espectáculo era impresionante. Donde hasta hacía unas horas revoloteaban algunas gaviotas sobre las tranquilas aguas de la desembocadura del Río San Carlos, había ahora 5 fragatas rodeando a un barco 10 veces más grande (el Queen Elizabeth), y lanchones de desembarco en dirección a la bahía Ayax y hacia Puerto San Carlos, que era nuestra posición. Aproximadamente a 600 metros se veía una avanzada del Regimiento de Paracaidistas 2 inglés iniciando su aproximación en formación de combate hacia nuestras posiciones. Mientras bajamos a la gran carrera, Esteban me decía: “Reúna a toda la gente y forme dos grupos, el de la izquierda a su mando y el de la derecha al mío”.
Quedaban menos de 5 minutos para poder tomar posición en las alturas del noreste. Mientras Esteban se comunicaba con el Cte. de la Br. III para informar de los acontecimientos, organicé las dos columnas. Recuerdo que los soldados me miraban con ojos bien abiertos, el rostro tenso y respiración agitada esperando órdenes. Por un instante recordé el telegrama de mi padre recibido unos días antes: “Tu mujer, ejemplo de fortaleza. Tu hijo sano y fuerte. Sé un ejemplo para tus soldados.” Sentía que mi corazón latía enloquecido, como si estuviera por estallar. Nunca me había pasado. Era miedo, y de repente me vi dando órdenes, no sé cómo. Iniciamos el desplazamiento únicamente con nuestro armamento y con el enemigo entrando a la pequeña localidad, de no haberlo hecho hubiera sido una masacre ya que nos iban a aferrar con su avanzada y sobrepasar con el helicóptero que minutos después derribamos, o sea habríamos estado tácticamente perdidos. Lo que hubiera pasado después, sólo Dios lo sabe. Lo cierto es que la decisión de Esteban fue acertada. Porque cuando llegamos a la cima, vimos como un Sea King intentaba un aterrizaje por detrás de nuestra base. El Tte. 1° Esteban ordena: “¡Fuego libre!”. El aparato es alcanzado y se desploma desde baja altura (5 o 6 metros.) En ese momento veo que Estebaninicia un cambio de posición. Lo sigo. Creo que lo que a Esteban le preocupaba es el aferramiento: 42 hombres con 2 ametralladoras y munición para 1 hora de combate, contra una fuerza de desembarco por lo que pudimos apreciar de 400 hombres en nuestro sector, el Batallón de Para 2, apoyada por artillería naval y helicópteros. El terreno que teníamos por delante era de pequeñas cuchillas de 70 a 100 metros de alto con pendiente general hacia el río. Nuestro sentido de marcha era paralelo al río y perpendicular a las cuchillas en dirección general oeste-este. Subíamos y bajábamos. Descendíamos por una pendiente suave, ya la niebla se había despejado y teníamos buena visión, cuando apareció el 2° helicóptero, esta vez un Gazelle con coheteras en sus costados. Venía sobre el río que en ese lugar es bastante ancho. En ese momento las dos columnas estaban paralelas al río, con una separación de 60 a 70 metros una de otra. La mía era la más alejada, a unos 100 metros de la costa. Comenzó el ataque con el primer tiro a cargo del Tte. 1° Esteban tal lo convenido, fuego reunido de FAL: ésa es la táctica de combate para blancos aéreos cuando no se dispone de misiles. Parecía que lo que me había enseñado mi instructor de 1er año en el CMN, el Tte. 1° Abete, funcionaba. El aparato se desplomó en el agua. Los soldados gritaban toda clase de epítetos cuando el helicóptero se hundía. Ante una seña de Esteban, ejecuto otro cambio de posición. En ese momento comienza el fuego de morteros del enemigo sobre la posición inicial. Cruzamos otra cuchilla y apareció el tercer helicóptero, otro Gazelle. Ya no había que impartir ninguna orden, “los chicos de la guerra” sabían qué hacer. Pero el aparato, descubrió nuestra posición e hizo una maniobra para poder hacer fuego. Cuando bajó su trompa para hacer puntería, nuevamente descargamos toda la munición del cargador de una sola vez, al mismo tiempo y al mismo blanco. Como la munición era trazante, es decir que se ve la trayectoria del proyectil como una estela de fuego, parecía atacado con un lanzallamas. Ya varios de los soldados disparaban rodilla en tierra o directamente de pie. El Gazelle pasó por sobre la primera columna y volaba totalmente fuera de control hacia mi columna. Todo ocurría tan rápido que no hubo tiempo de movernos. Cayó a 15 metros adelante mío. El griterío de los soldados era incontrolable: ¡VIVA LA PATRIA, CARAJO!, mezclado con algunos sapucai y algunas otras palabras se escucharon hasta que salió de la máquina un tripulante y muchos abrimos fuego sobre él. Estaba indefenso, no representaba ningún peligro para mis soldados. ¿Por qué lo matamos? Todavía siento una gran angustia por esa muerte. Aunque sé que en el estado emocional en que estábamos todos, lo único en que uno piensa es tirar y tirar y tirar, hasta que nada se mueva. El fuego de morteros continuaba, pero era evidente que no tenían nuestra ubicación, ya que se realizaba sobre la posición anterior y nos protegía la topografía del lugar. Cruzamos una gran elevación, como un morro, que entraba al gran río San Carlos y nos encontramos con un acantilado de 10 ó 15 metros de alto. Bajamos dificultosamente y tomamos posición entre las piedras que había junto a la costa. Ya se escuchaba el motor de otro helicóptero. Apareció por el costado del morro, como buscándonos por la costa, pero nuestra cubierta era excelente y lo dejamos aproximar. Cuando entró en zona nuevamente abrimos fuego. Comenzó a caer y dejamos de disparar. Antes de chocar contra el agua, el piloto logra levantarlo y puede cruzar el morro cayendo del otro lado. Estábamos demasiado lejos para esperar refuerzos. Estaba claro que lo que debíamos hacer era un repliegue hasta tomar contacto con propia tropa, distante a 80 km. Carecíamos de munición, víveres y de equipo para dormir a la intemperie. Estábamos todos en apresto, esperando cual iba a ser la próxima acción del enemigo, cuando escuchamos un avión que se aproximaba y en segundos pasó a gran velocidad y bien bajo hacia las posiciones del enemigo. Era un Aeromacchi y lo piloteaba el Tte. Crippa, como después nos dijeran. Había despegado apenas se recibió nuestro aviso. Fue el primer avión en llegar y descargar sus bombas y ametralladoras sobre una fragata. En ese momento sentí una gran tranquilidad y pensé “ahora les tiramos toda la aviación y, en 5 horas, un contraataque de nuestros comandos y de la compañía B de RI 12 que está de reserva en Puerto Argentino”. Fue sólo el pensamiento de un subteniente. No habíamos sufrido bajas. Los ingleses habían perdido 4 helicópteros y cerca de una docena de hombres. Decidimos esperar para ver si teníamos alguna novedad de Reyes, además era un lugar seguro para tomar aire y despejar la mente. El subteniente Reyes y su grupo, habían librado un corto y violento combate en la madrugada del 21 de mayo. Primero sufrió el bombardeo naval a sus posiciones y luego un ataque del Special Boat Squadron (SBS), comandos navales, y de varios blindados anfibios. En esa acción sufrió 6 bajas. Ante la gran escala del desembarco, y habiendo perdido casi la mitad de sus hombres decide, aprovechando la escasa visibilidad de la noche, tratar de salir del cerco en que se estaba metiendo para evitar ser aniquilado. Lo logra 24 horas después e inicia un repliegue que dura casi 20 días, sin comida, a la intemperie y graves problemas de salud, llegando a tener que, con un cortaplumas, amputarle un pie a un cabo. Ya había caído Puerto Argentino y Reyes, con 5 soldados famélicos que le quedaban, desnutridos y algunos ya sin dientes por la descalcificación, es rodeado al fin por fuerzas inglesas que le piden la rendición. Les pregunta a sus soldados si están dispuestos a combatir. Pero éstos no contestan, sólo esperan la orden de su jefe, como siempre. Reyes sabiendo que no tenía la menor posibilidad de éxito, se rinde. En Buenos Aires, cuando después de 2 años nos volvimos a ver y nos contamos lo vivido, me dijo que fue la expresión de esos 5 rostros lo que lo llevó a rendirse en aquella oportunidad. Más tarde, iniciamos un lento repliegue hacia el este y al atardecer llegamos a un puesto de la estancia San Carlos. Pero ésa es otra historia.