Por Sandro ROJAS FILÁRTIGA
Aspectos extraídos del libro MEMORIAS DE UN COMBATE
JOVINA LUNA – hermana de Hermindo Luna
“Nada se cambia con violencia”
Mi papá se llamaba Jesús Esteban Luna, más conocido como el “Payo Luna” y mi mamá Secundina Vázquez. Mi madre nació en Salta, mi papá en Santiago del Estero.
Se casan y comienzan a llegar los hijos, los primeros nacieron en Pilcomayo, un paraje en medio del monte, allí mis “viejos” tenían animales.
Cuando mi mamá queda embarazada de mi, deciden radicarse en Las Lomitas.
Hermindo es el quinto de los hermanos, vienen Agustín, Timoteo, Remigio, Mario y Hermindo. Luego nacieron Nicasio, Jovita, Felipe, Miguel Ángel, yo, Oscar, Elsa y el más chico, Javier. Dos están fallecidos, Hermindo y Timoteo y uno desaparecido, Mario.
Cuando éramos chicos mi padre trabajaba de albañil. En algunas oportunidades también fue convocado por la Comisión Internacional de Limites para hacer trabajos en la frontera con Brasil y Paraguay, le pagaban muy bien por ello.
Mi madre era ama de casa, con todos los que éramos le sobraba trabajo, no obstante, durante las comisiones de mi papá en la frontera, que se prologaban por tres o cuatro meses, ella además hacia panes y empanadillas para vender. El viejo estaba ausente y había que seguir comiendo.
Había veces que mi mama no tenía nada para poner en la olla y ahí estaba Hermindo, con su rifle. Iba al monte solo y cazaba para poder alimentarnos. Traía conejos, charatas, vizcachas, lo que sea.
Cuando llegan a jóvenes, Mario, Hermindo y Nicasio ponen una ladrillería, y mientras trabajaban terminaron la primaria. En el año 75 convocan a Hermindo al servicio militar, Mario todavía estaba incorporado pero sale enseguida con la baja.
Durante el tiempo que estuvo incorporado fue muy pocas veces a “Lomitas”, algunas veces por no tener plata para viajar y otras porque no lo autorizaban por la distancia. Cerca del cuartel vivía una hermana de mi papá, la tía Agripina así durante los francos se quedaba en su casa.
En mayo de 1975, durante uno de sus francos, se hizo una escapada a Lomitas. Una mañana, mientras yo me preparaba para ir al colegio mi papá escuchaba la radio. Las noticias del informativo de Radio Colonia anuncian un nuevo ataque de Montoneros. Hermindo se estaba atando los cordones de los borceguíes, y al escuchar la información se para de un salto como un resorte y con mucha vehemencia dice “…como me gustaría encontrarme frente a frente con esos hijos de puta!!!”
Mi madre, angustiada le dice “…hijo, por favor no digas eso…” él responde casi con furia “…si viejita, yo me los quiero encontrar para hacerlos mierda…”
Tenía un carácter alegre, no tenía problemas con nadie, pero si le tocaban a un miembro de su familia podía enfrentar a quien sea.
Cuando escucho las mentiras que se dicen en torno a la personalidad de Hermindo me duele, me ofende. Lejos estaba de ser una persona tímida y de bajo perfil, dicen que era hachero y realmente no tenía ese oficio, obviamente, por haber trabajado en el campo manejaba el hacha, pero nada más.
Cada vez que tengo oportunidad de hablar del 5 de octubre me preocupo por dejar claro que no solo mi hermano es Héroe, con el murieron ese día 9 soldados mas, un suboficial, un oficial y un policía.
Se tejieron también falacias sobre mis padres. A mi papá le gustaba leer, tenía muchos libros, le podías preguntar lo que sea que te iba a responder pero lo tildaron de analfabeto.
También refirieron que mi madre fue descalza y vestida de negro desde Lomitas hasta el Regimiento, todas mentiras que me generan impotencia. Mi madre jamás salió del pueblo y recibió tres días después el cuerpo de mi hermano.
A fines de septiembre de ese año, mi papá tenía que ir a la Ciudad de Formosa por unos trámites. Yo nunca había viajado en tren, soñaba con subirme a ese tren, entonces le insistí tanto para que me lleve que finalmente acepta y me dice que ese viaje será mi regalo de cumpleaños, cumplía 11 años el 5 de octubre.
Paramos en la casa de mi tía, y ahí lo vi a Hermindo, desde mayo no lo veía.
Recuerdo que llegó del regimiento y comimos todos juntos, se lo veía contento.
El 30 de septiembre regresamos a Lomitas. En la vereda de la casa de mi tía, mientras nos despedíamos, Hermindo le dice a mi papá “…viejo, cuando llegues a Lomitas no te olvides de lo que te pedí…”
Cuando se acerca para darme el beso de despedida me susurra “…decile a la vieja que la amo…” y agrega “…hacele acordar al viejo cuando llegues lo que le pedí recién…”
Me abrazo muy fuerte y nos fuimos.
Cuando llegamos a Lomitas, mi papá se olvida completamente de lo que Hermindo la había pedido y yo también olvido recordarle.
El pedido era que mi mamá envíe un telegrama al cuartel solicitando que regrese a Lomitas por algunos días con cualquier excusa, como podía ser enfermedad de algún familiar. Ese olvido nos persiguió por años a mi papa y a mí, la culpa que yo tenía era enorme. A través de los años pude ir sanando esa carga que pesaba en mi conciencia.
El domingo 5 de octubre se preparó un chivito con motivo de mi cumpleaños. Almorzamos bajo la sombra de los arboles. Éramos mucho en una mesa larga.
Alrededor de las dos de la tarde mi mama oye un sonido y se alerta, uno de mis hermanos le avisa que venía un enjambre de avispas, pasan por nuestras cabezas y fueron hasta el portón de entrada adonde había un gran naranjo, mi mamá había puesto como una costumbre de campo, una botella en el tronco para que de mejores frutos. Todo el enjambre se poso en el pico de la botella y se formó una especie de globo de tantas que eran.
Cuando mi mamá ve eso se puso mal, lo tomó como una mala señal. Mi padre le dijo que no crea en esas tonterías, pero ella se levanto de la mesa y empezó a caminar angustiada, tenía una premonición. Toda esa tarde y noche quedo esa fea sensación en mi casa, verla a mi mamá preocupada me ponía mal.
La casa tenía el baño afuera, como se estilaba hace muchos años. A la madrugada mi papa se levanta para ir al baño, sale de la casa y ve la imagen de Hermindo que viene caminando hacia él, “…hijo, mirá la qué hora estas llegando”, y la imagen se desvaneció.
Cuando regresa a la casa, perturbado, le comenta a mi mamá lo que le había sucedido, demás está decir que mi mamá no se volvió a dormir en lo que restaba de la noche.
Todas las mañanas, cuando mi papá se levantaba, tenía por costumbre encender la radio mientras tomaba mate, las cosas del destino hicieron que ese lunes 6 de octubre no la prenda.
Le pide a mi mama que le prepare la comida así se la llevaba a Nicasio y Mario que estaban en la ladrillería trabajando.
A las ocho de la mañana, me estaba preparando para ir a la escuela, mientras mi mamá barría. Le cae un cascote al lado de ella y me reta pensando que había sido yo. Cuando niego que yo era responsable de eso, quedamos en silencio, por unos segundos, mirándonos, confundidas.
A las diez de la mañana veo a mi papá, desde la ventana de mi aula, que viene cruzando la avenida a paso rápido en dirección a la escuela. Me empezó a doler el pecho de la incertidumbre.
A los pocos minutos entra la directora al aula, me pide que recoja mis útiles y la acompañe. Me temblaba todo el cuerpo, pensé que le había pasado algo feo a mi mamá.
En la dirección del colegio estaba esperando mi papa con su cara desencajada. Con un hilo de voz me pide que vaya a mi casa que mamá me estaba esperando.
Salí de la escuela y no pare de correr las ocho cuadras que la separaban de mi casa.
Cuando llego a la vereda escucho los gritos desgarradores de mi madre. Entro a la habitación y la veo en la cama, deshecha del dolor.
A partir de ese momento no me moví de su lado, no la abandoné un minuto. Fue un día terrible para todos. Gente que entraba y salía de mi casa. Mi mama destrozada.
Mi padre con la culpa por haber olvidado el pedido de Hermindo.
Mi hermano Timoteo, que en ese momento estaba en Gendarmería destinado en Clorinda, es el primero de la familia que llega al regimiento luego del ataque como refuerzo del dispositivo de defensa luego que los Montoneros huyen. Timoteo no sabía que Hermindo había muerto y allí toma conocimiento. Él reconoció el cuerpo, y fue quien lo puso en el ataúd.
El miércoles 8 de octubre, alrededor de las 18 horas, el cuerpo de Hermindo llega a Las Lomitas en un ataúd cerrado. Nos habían avisado que la ambulancia que traía el féretro estaba en camino. Ya había guardias de gendarmería y policía. Personal del ejército se había adelantado a la llegada del vehículo que trasladaba el cuerpo.
Mi madre deseaba ver su cara y no pudo. Timoteo era el que la calmaba explicándole que él había puesto su cuerpo en el cajón. Se resigno ante las palabras de Timoteo pero nunca la abandonó el dolor de no haber podido despedir a su hijo.
No teníamos consuelo, nadie podía explicarse que había pasado.
Luego de la muerte de Hermindo, mi hermano Mario se va a Buenos Aires para enrolarse en la Policía Federal, al tiempo mi papá pide el traslado a Formosa porque tenía miedo por todo lo que estaba sucediendo. Mi padre comienza a recibir quejas del jefe de Mario porque llegaba tarde o directamente no se presentaba. Luego de muchos castigos y arrestos finalmente es dado de baja.
Se queda sin trabajo, va a Las Lomitas y comienza a trabajar en el monte.
Mi hermano mayor, Agustín vivía en Buenos Aires. En enero va a Lomitas y le pide a Mario que regrese nuevamente a Buenos Aires, se niega, estaba como necio en volver.
Agustín le insistió tanto que finalmente lo convence. Corría el año 1980.
Una mañana de la primera semana de octubre de 1981, Mario sale desde Monte Grande hacia su trabajo en una fábrica. Llevaba una mochila y su vianda, desde ese día no apreció nunca más. No sabemos qué paso con él, lo buscamos intensamente pero no apareció jamás. Nos hemos preguntado frecuentemente si la muerte de Hermindo lo afecto para desaparecer de ese modo.
Los años posteriores a la desaparición fisica de Hermindo me sentía marcada a fuego por el dolor y la culpa.
A mi mamá yo le hice una promesa antes que muera, luchar por el reconocimiento de mi hermano y de sus compañeros, que iba a pelear por sus derechos.
Mi madre se fue al cielo con el dolor de saber que le mataron a su hijo y que nunca fue reconocido. Ella necesitaba escuchar el agradecimiento de la nación para su hijo por haber defendido la Patria.
Al día de hoy se sigue hablando de los que atacaron el cuartel como jóvenes idealistas que querían cambiar las cosas a través de una revolución pero mataron a sangre fría en plena vigencia de las instituciones democráticas.
Nada se cambia con violencia. La paradoja es que mis padres eran peronistas, de Evita y Perón, los mismos que las organizaciones armadas levantaban como bandera.
Ansío el reconocimiento para todos lo que combatieron aquella tarde.
De la mano del reconocimiento viene el no olvido, el saber que hubo Héroes que dieron su vida por la Patria, y las nuevas generaciones conocerán toda la historia.
*Fragmentos del Capítulo perteneciente al libro MEMORIAS DE UN COMBATE de Sandro Rojas Filártiga.
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Asimismo el libro es complemento del documental LOS VALIENTES DE FORMOSA